Ellos decidieron que su historia de amor merecía un inicio tan íntimo como profundo. En lugar de una gran celebración, optaron por un elopement, un momento solo para ellos y unos cuantos invitados, donde el mundo se desvanecía y lo único que importaba era su promesa de amor eterno.
Rodeados por la inmensidad de la naturaleza, con el susurro del viento y el verdor abrazándolos, vivieron un día lleno de emoción, sonrisas y complicidad. No necesitaron una multitud, solo el latido sincronizado de sus corazones y la certeza de que habían encontrado en el otro su hogar.
Cada mirada, cada caricia, cada risa compartida fue testigo suficiente de un amor auténtico, un amor que trasciende lo visible y se siente en lo más profundo del alma.